El título del post puede sonar extraño pero te cuento:
Siempre he sido alguien a quien muy pocas personas, realmente muy pocas personas, han visto llorar.
Supongo que un psicólogo podría explicar el porqué, pero lo que sé es que desde siempre me daba verguenza, muchas veces me aguantaba las ganas de llorar, me secaba las lágrimas y hacía de cuenta que nada pasó. Lo hacía bien, siempre me creían que no pasaba nada. Incluso cuando hace unos 13 años cupido la regó conmigo recuerdo que lloraba todo el camino del trabajo a casa escondiéndome en mi capucha o mirando por la ventana del carro, pero apenas llegaba al paradero, me ponía una máscara y amigo que encontrara en el camino o quienes estaban en casa creían mis risas y bromas. Como si nada.
Pero siempre hay momentos determinantes en la vida… eso creo yo.
Y ese día; el programado para que naciera mi hijo; ese día todo cambió.
Llegué acompañada de Fernando, de mi papá, mi mamá y Sayuri, una prima con quien no paramos de reír mientras se hacían los últimos preparativos para la operación pero a la hora de la hora todos se quedan en sala de espera. Y tenía miedo claro, nunca me había operado de nada y de pronto estaba en una sala fría, muy fría y preguntando a cada rato por mi flaco. Habíamos conseguido permiso para que estuviera durante la operación. Entre la anestesia, mis náuseas por la baja de presión y el frío estaba un poco desorientada, hasta que en un momento me habló y solo así pude calmarme sabiendo que él estaba ahí para ver qué todo fuera bien con nuestro hijo.
Yo solo veía el reloj de la sala y escuchaba a los doctores conversar mientras escuchaban música, ahí estaba ansiosa hasta que escuché a la doctora hablarle a mi bebé:
⁃ Awww este gordo quiere agarrar al doctor, mira su puchero… (le hablaba con ese tono en la voz que por alguna razón los adultos adoptamos al hablarle a los bebés)
⁃ La foto, no tapen por favor- escuché a mi flaco decir osadamente a los doctores. Estaba grabando y además tomando foto al preciso momento en que Jonathan llegaba a este loco mundo. (Foto principal de este post)
Pero yo no veía nada porque para la cesárea te tapan de cintura para abajo con una especie de ¿”telón”? (Perdonen que no se como se llama ese accesorio), el caso es que con manos sujetadas no podía ni asomarme.
En ese momento solo quería escuchar a mi hijo para saber que estaba ahí, que todo estaba bien y los segundos se me hicieron eternos… hasta que lloró…
Y ahí, en ese momento, sin darme cuenta siquiera, sin haber podido disimularlo o cubrirme la cara…yo estaba llorando también.
Lo recuerdo y fue alucinante, creo que si lo han vivido me entenderán y sabrán lo único que es ese momento. No tuve tiempo de intentar ocultarlo, ni hubiera podido.
Era la primera vez que lloraba de emoción, de felicidad, la primera vez que no me importaba si me estaban viendo los doctores y enfermeras.
Lloré porque la intensidad del momento me sobrepasaba. Lloré de alivio también, de escucharlo y saber que todo estaba bien, que al fin después de la ansiedad de los últimos meses ya lo tendría en brazos.
Ya era mamá desde que supe que estaba embarazada pero ahora podía ver como todo un milagro pasaba frente a mi.
Siempre el nacimiento de un bebé me había parecido fascinante, pero ahora podía sentirlo, ser testigo y participar, podía amarlo con toda el alma y apenas era la primera vez que lo veía a la cara.
Creo que al nacer mi hijo activó una sensibilidad que había estado ocultando. Que tontamente había disfrazado.
Desde ese día aprendí a llorar, a hacerlo sin culpa ni vergüenza, a hacerlo cuando era necesario y a mostrar más mis emociones.
Pdta: Tanto que ahora me he vuelto una llorona 😅. No vean películas conmigo, mucho menos Coco 💀🎸.